sábado, 24 de marzo de 2012

Poemas

Poemas
Espectros diurnos (2009, inédito)

 Esta es la canción de los fantasmas errantes, 
de quienes sucumbieron bajo la luz de los faroles 
dominicales. La melodía de aquellos que perdieron
 la fe en atravesar las calles y los días. Errantes por 
callejas de estiércol, presas del veneno perfumado 
que fluye de manantiales de cianuro, merecerán la 
gloria que habrá de reaparecer en nuestras pesadillas 
 meridianas. Esta es la canción de los espectros 
diurnos: llevan la frente en alto por el honor que 
producen el fracaso y la desidia, la caída tremenda 
en el abismo de la soledad que nos embrutece.
 Es la canción del vacío que define a las bestias.


 Reina del basural

  Nuestro amor fue un sepulcro de lodo envenenado; nuestros
corazones, antorcha que la lluvia no ha olvidado destrozar. Hoy
te reinvento como se recuerda un cisne hundido en un estanque 
de cuervos, una reina que corriese por el basural descarriado con
el pelo al viento. Hechos el uno  contra el otro, no esperabas
sino el desprecio que emerge del desamparo. Aun así, la vida nos
reservaba una felicidad mayor que la impiedad: me enamoraste
para destruir cualquier posibilidad de retorno, porque esperabas
 una porción de odio correspondido. Aun así, sobre el amor
triunfamos: un día me largué para no regresar jamás, pero arribé
a la estación de espantos que es el reencuentro y reías con el rencor
acumulado de tus antiguos amantes. Allí supe adónde se dirige el
olvido; entre espinas perfumadas comprendí que sobre el amor 
triunfamos. Mi reina del basural, amada enlodada de besos
enloquecidos por la explosión de luz, acosada por el canto bestial
de mis cuervos: espérame donde nadie nos importune, en el fondo
del mar obcecado por las dunas silvestres, donde las flores artificiales
desfallezcan, corazón apagado bajo el manto de una lluvia de estiércol.


 Gato sobre la superficie 

 Gato sobre la superficie imaginaria del mar, un ojo al sol, 
el otro en las tinieblas. Miles de años de supersticiones fúnebres. 
Cuando parpadea su mirada, emerge la imagen siniestra en el 
amarillo de sombras. Un gato pensativo sobre la superficie que 
el viento mueve, cae en el sueño profundo donde nace su mundo. 
Sueña un navío de espumas entre oleajes brutales. Podemos 
descifrar su sueño por el movimiento oscilante de las olas: 
a través del ojo izquierdo, siglos de fuego escindido; a través 
del gris, el sendero que nos conduce a las cavernas. También 
en nuestras pesadillas un centinela sobre el horizonte se levanta: 
en sus ojos vigías logramos alcanzar el porvenir, el aluvión 
de catástrofes y ruindad tremendas. Cuando deja de soñar, 
nos enfrentamos al infierno creado.




 Ave de mal agüero (2003) 

I
 Sentado, en el sofá que con la tarde cae,
contemplarás la amenaza de lluvia en los ventanales.
Silencioso y terco, como una obsesión de permanencia,
de estar inmóvil, el teléfono aguarda en el rincón de siempre.
Algo distinto (lo sabes) podría ocurrir hoy,
y vuelves hacia su blancura fúnebre la mirada.
Perseguido por la lluvia y las hojas frenéticas,
huye el pájaro de mal agüero.
Sientes escalofrío, ¿alguna desgracia se avecina?
 Suena el teléfono.


 III

 Sobre las lozas blandas, inclemente,
un sol se estremecerá en tu costado.
Desmedido el ademán de tu abrazo,
acaso incierto, como la bóveda sosegada
que nos aguarda. ¿Qué símbolo pasará a ser
la inalterable soledad de sus pasos? ¿Cuál
porvenir habrá de sucumbir con sus siniestras
alas en la caverna? Bajo el abrazo firme, desmedido,
descenderás por fin a tu destino único:
allí el mar será una redonda luna o quejumbrosa,
un ladrido de sol perro en tu costado.


 V

 El diario en las manos, es un estremecimiento
el cuerpo que lee. Ávidos ojos que lo han visto
ya todo, vuelen mejor sobre la página trece.
Pero el diario se resiste y los dedos retienen la saliva:
hay un chasquido de ensayo para despegar los pliegues.
No los ojos; a ciegas las manos olfatean el obituario:
primero los nombres; luego, tembloroso, el apellido materno
y el paterno. Entonces aquel bastardo lee su propia muerte
y muere.


 XV

Y he aquí la tentación te llama y decides intentarlo.
Cuelga aún la bombilla y a tu lado tu odiada sombra duerme.
Deforme entre los árboles de tu ventana, se pasea
monstruosa la luna.
El espejo no logrará, pues, seguir tus pasos —piensas.
Aún con el corazón dentro de los sueños, la sombra
de que hablo inicia el movimiento, desea encender
la otra luz, la luz que cuelga, a ver qué pasa.
 Pobre desgraciado, ¡no saques un pie de la cama!






 Las formas que retornan (1998)

 III

Usurpadora, nos redime la casa, en su impiedad 
algo divino habita, placentero, el arrebato ¡vamos! 
de aniquilarlo todo, de untar de miedo las paredes, 
de carroña. En su designio mora otra esperanza muerta, 
un lobo encadenado a su silencio. De la campana cuelga, 
inalterable, el badajo que te hará sonar, ningún áyax 
detendrá el zarpazo, ninguno a la muerte sitiará hasta 
vencerla. Erizada de puertas, duerme entrelíneas la 
casa, en sus costados gimen cristos crucificados, 
muy herrumbrosas camas, un crujido de huesos 
resuena en las aceras. Cruza el farol que te arroja 
su albura, la putrefacta luz con que nos hiere. 
Dios perverso que nos señala el rumbo la casa, 
un libro que en el estante nos espera, empolvado 
o convaleciente, una máscara que silenciosa nos
borrara el rostro.



 XII

 La noche los va perdiendo, deliberadamente 
desterrándolos. Son dioses obsecuentes, un 
viaje inacabable los poetas. No sólo del paso
inútil de las horas: de sus arqueadas sombras 
dan fe los diletantes. Hay combinados silencios, 
cafés de por medio, premeditados disidentes 
que acorrala cautelosa la noche. Fiables cuando
una cita les corrompe el verso, cuando vallejo 
les tuerce la sintaxis. (Por cada verso, una 
oscura mosca aguarda, pone los puntos sobre 
las íes, incontenibles las alas sobre las íes). 
Perfectos en su estación los juicios desfilan hoscos, 
acércalos cada vez más la hostilidad, devienen malditos, 
ceñudos porque la sabiduría les frunce el ceño. Entonces,
la fatídica sentencia, la no menos presuntuosa corrección
a tiempo, previsible la cita al pie de página. Como una 
divinidad puntual o complaciente la noche los reúne,
de imaginarios, futuros libros memorables va rodeándonos.


 XVII

 Se nos marchan. Desde el suspenso portal 
dicen adiós o se deslizan. Con eventual 
certeza las cosas pálidamente mueren. 
Como un faro de luz oblicua que sesgara las 
flores, hoy los objetos cruzan, desparramados
van por la pendiente. Una carreta internándose 
en la noche, un ímpetu forastero son o de 
repente huyen, se abrevian. Exiliadas de tus 
siniestras intenciones inician la mudanza, 
desisten de su esencia. Resueltas, hasta ti
trepan, un sol completamente blanco son y 
enfermizo, una carroza fúnebre situada fuera 
del paisaje, del decorado final. Como un dios
que lo trastocara todo, ángel de tu extravío, 
inmarcesible señor de tus rituales. Una foto 
que la pared fue gastando, hubo (aún veo 
el pie) el zapato que noche tras día reinventaba
las pisadas.